martes, 25 de diciembre de 2007

Hay poco que añadir a la reseña, sólo que la confluencia Gilard- Romero- Salavarrieta sólo puede obedecer a un acto maravilloso de justicia.


YO POLICARPA
Por JACQUES GILARD

Esta novela de Flor Romero es un retorno sobre la figura, la más querida y más popular de la historia colombiana, aquella de «La Pola», la heroína por excelencia, la mujer que se sacrificó por la causa de la Independencia. El polígrafo Tomás Rueda Vargas decía en 1931: «La revolución de la Independencia fue en sus comienzos puramente aristocrática; la intervención de la Pola marca su contacto con el pueblo» Esta Pola, de la cual se dice que se llamaba Policarpa Salavarrieta, pero de la cual algunos afirman que se llamaba en realidad Gregoria, o Gregoria Apolinaria o Polonia, es una mujer joven fusilada en 1817, por los españoles en la etapa negra de la «Reconquista», dirigida por Morillo y ha sido de cierta manera santificada como una Juana de Arco criolla.

A propósito del bicentenario del presunto nacimiento de la Pola, Flor Romero, propone una novela, o una historia novelada, que hacer revivir o reinventa esta figura para reubicarla en la perspectiva de dos siglos de historia colombiana. Aquí, en efecto, el presente no es menos importante que el pasado y es una interrogación actual la que propone el libro. Sus veintiún capítulos se presentan como un enlace temporal que se conecta finalmente sobre los problemas de la Colombia de hoy: del primer capítulo (la muerte de la Pola) y veinteavo, (el momento en que ella deja la prisión por el lugar de la ejecución), asistimos al encuentro con el hombre amado, Alejo Zabaraín (Capítulo II) después al nacimiento de la Pola (Capítulo III) y pasando revista a la vez a esta existencia y a los grandes hechos históricos vividos por el mundo en esta época de convulsiones múltiples: el punto de partida es la sublevación de los Comuneros de la Nueva Granada, pero son cuarenta años y dos continente que constituyen el fondo pasado de la novela. El último capítulo, indirectamente por un episodio onírico, propone una parábola sobre la presencia de la Pola en la Colombia de 1995, a la víspera de su presunto bicentenario.

El trazado que la narración pone en relieve, de una manera que podemos calificar de sistemática, es aquel de la continuidad y uno comprende que la autora haya querido que aquel sea ejemplar: la Pola de ayer y el significado actual de su figura, la Nueva Granada de la Emancipación y la Colombia de los tiempos de guerrillas y de los carteles de la droga. De ahí el rol que juegan los anacronismos deliberadamente utilizados por la novelista que hace figura un Camino Nacional allí donde no podría haber otra cosa que un Camino Real y da a las provincias neo-granadinas de antes los nombres de los actuales departamentos colombianos: se trata de abolir los tiempos para hacer ver mejor que sin cesar de caminar, los problemas de una sociedad apelan a las mismas reacciones éticas. El mejor lazo de unión es la permanencia del clima, con una fauna y una flora incambiables, con los olores y los sabores que permanecen los mismos, criollos y mestizos, siempre íntimos: esta experiencia vital es una realidad que la autora comparte con su personaje, puesto que ellas nacieron sobre el mismo suelo, y ella da -como podríamos esperarlo- las mejores páginas del libro, En esas condiciones, con los elementos existenciales que priman sobre todo los otros, comprendemos que la cronología aparece como incierta a quien aborde el libro, bajo el solo ángulo de los acontecimientos históricos; esta cronología, es en realidad, deliberadamente distorsionada, como lo insinúa no sin cierta ironía este párrafo del capítulo XV.

«Estos pasajes que son como pincelada de la vida de mi patria en estos tiempos convulsionados, son retazos que guardo en el baúl de los recuerdos, pero no los tengo cosidos en colcha ordenada: los manejo a mí antojo, como van saliendo, patas arriba, al sesgo, cuadriculados, alargados, piqueteados, en fin, torcidos y retorcidos... Se mezclan en el tiempo, pero los saco a flote para no olvidarlos. Forman parte de mi vida» (p.114).

Es naturalmente de la vida de la heroína que todo parte en este libro, y a ella que todo vuelve, vida desconocida que Flor Romero recrea a partir de la leyenda (sobre el personaje), del saber histórico (sobre la época) y sobre todo, de la intuición y de la simpatía. La vida de la Pola se reconstruye, y más aún, se recrea, por una combinación de perspectivas temporales y narrativas: novela en primera persona y en presente, en primera persona y en pasado en tercera persona y en pasado, según los capítulos y algunas veces, según los diversos movimientos de un mismo capítulo.

De manera que es una época revive y subrayaríamos particularmente la importancia de la aventura del conocimiento. En efecto, cuando la cronología de los hechos políticos y guerreros es tratada con una desenvoltura evidente, la novela pone el acento sobre el desarrollo de las ciencias en la Nueva Granada de entonces. Es así como asistimos por narrador-testigo interpuesto, el pintor Matiz, a las actividades de la Expedición Botánica del sabio Mutis, a los viajes de Humboldt y Bonpland y a los descubrimientos del neogranadino Caldas, quien pagará con su vida su vinculación a la causa independista. Es esta presencia de las grandes búsquedas científicas que da a los acontecimientos a los cuales ellos están ligados (el ejemplo dramático de Caldas) una profundidad que n habría tenido ellos solos -al menos en la perspectiva deseada por Flor Romero-. Encontramos además un lazo de unión profunda con la historia misma de la Pola: su pueblo natal es Guaduas, enclavado sobre la ruta ascendente que lleva del río Magdalena a la capital del Nuevo Reino, y Pola es entonces estratégicamente situada para captar, a través de los rumores populares y de múltiples voces, los hechos de la época, todos los hechos y comprendidos los hechos científicos. Y el azar habiendo querido que el pinto Matiz fuera de Guaduas, permite a Flor Romero, reinterpretar la figura de la Pola y agregarle una dimensión nueva, aquella del amor del saber, que viene a contradecir la deslustrada humildad habitualmente atribuida al personaje -que según la leyenda oficial, solo se engrandeció en su tragedia final-. Esta reinterpretación, es además conforme a un tema recurrente de toda la obra de Flor Romero: aquel de la educación. Entonces no es de extrañarse que ella transforme la costurera conocida de todos en una jovencita en la cual la curiosidad y la generosidad hacen una maestra de escuela, tan preocupada por aprender como por enseñar, y bien enterada de los descubrimientos de sus tiempos.

Es además por ahí que la novelista retoma la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor Maria, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomando del pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en su memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.

Es además por ahí que la novelista retorna la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor María, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomado el pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.

Flor Romero retoma, es cierto, la leyenda oficial de la Pola, pero ella se libera de sus aspectos más empalagosos. Los vemos a propósito de la aventura de la ciencia: Pola es una mujer curiosa de todo, que sabe entonces ser fuerte por otra cosa fuera de haberlo sido en los últimos momentos de su vida, al imprecar a los españoles -a lo cual le confinaban los manuales escolares-. Se nota de manera particular, que la pudibundería de las evocaciones oficiales es desvirtuada por el relato: Pola no es solamente aquí la casta novia de Zabaraín, más bien su amante, mujer de carne y hueso. Y ella es además muy republicana, de un republicanismo teñido de masonería, puesto que ella afirma su escaso gusto por las procesiones religiosas y rehusa, al final, atender las exhortaciones de los sacerdotes. Podemos hablar a la vez de una fidelidad al cuadro general de la leyenda («Pero he sido

Esta novela
de Flor
es un retorno
sobre la figura
lo más querida
y más popular
de la historia
colombiana,
aquella de «La Pola »,
la heroína
por excelencia,
la mujer
que sacrificó
por la causa
de la independencia

fiel hasta ahora a mi amor y a mi causa patriota. No podría faltar, me odiaría a mi misma» , p.95) y de la creación de una ejemplaridad nueva, combativa, apta para responder a los desafíos de la Colombia contemporánea. Significativamente la últimas palabras de la heroína momentáneamente llegado a la Bogotá de hoy son para remarcar: «En la carrera tercera vi la estatua verdosa de Policarpa Salavarrieta instalada en la Plazuela de las Aguas, con la fecha de nacimiento equivocada, grabada en la placa de bronce» (p,173). Este detalle recuerda que la historiografía está siempre sujeta a caución y que su conocimiento sobretodo establecido, para y por el poder, es también tan incierto como peligroso, La Pola propuesta por esta novela, es una crítica a la estatura, a la historia oficial, y abofa por otra manera de vivir y hacer vivir la memoria colectiva.

Un libro que hace de nuevo las preguntas bien conocidas sobre las relaciones de la ficción y la historia, pero que lo hace con matices propios de Colombia: ella se interroga a sus lectores sobre el difícil entendimiento de los países con su leyenda oficial, justamente a propósito de la más querida de sus figuras heroica, y sugiere que la intuición y la simpatía pueden instituir actitudes diferentes a la vez iconoclasta y respetuosa de una herencia afectiva.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Manuela Sáenz: una biografía confiscada

Sé que se trata tanto de una película como de un juicio de valor de hace varios años; sin embargo, me parece un buen punto de partida para buscar los textos en torno a la representación de Manuela Saenz que tanto me interesan en este momento.
Gracias a Inés


Sábado 25 de noviembre de 2000
En torno a la película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador
Manuela Sáenz: una biografía confiscada
Inés Quintero
Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Universidad Central de Venezuela
Julia Márquez, Diego Rísquez al rescate de nuestra historia real y nuestra historia mística

La película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador, pese a anunciarse como un ejercicio de desmitificación de Manuela, se conforma con ofrecernos a Manuela como apéndice del grande hombre de América y no como lo que fue: una mujer para quien la pasión por la política constituyó el motivo fundamental de su existencia, antes y después del Libertador.
Las biografías de Manuela Sáenz tienen en común un aspecto absolutamente singular: no obedecen a la cronología particular del personaje sino que transcurren entre dos fechas, ambas determinadas por su relación con el Libertador.
Desde esa perspectiva, los momentos fundamentales de la vida de Manuela son el día que conoce a Bolívar en 1822, episodio que marca el comienzo de la historia, y diciembre de 1830, cuando fallece Bolívar y concluye también el periplo «historiable» de Manuela, veintiséis años antes de su muerte.
Los títulos de las biografías subrayan lo dicho: La libertadora del Libertador (Rumazo); La mujer providencia de Bolívar (Humberto Mata); La caballeresa del sol, el gran amor de Bolívar (Demetrio Aguilera); Manuela Sáenz, el último amor de Bolívar (Mercedes Ballesteros) y La amante inmortal (Von Hagen).
De donde resulta que Manuela Sáenz, quien nació en 1797 y murió en 1856, tiene relevancia histórica por un episodio que duró solamente ocho años de su existencia: los de su relación con el Libertador.
Exclusiones y ocultamientos
El fenómeno tiene su explicación.
En un comienzo Manuela, como muchas otras mujeres, no ingresó al elenco de la historia. Los testimonios sobre la época de la emancipación, al igual que muchas de las obras generales que se refieren a la Independencia, no hacían mención de la presencia de Manuela. Ni la vida íntima de los personajes ni la actuación pública de las mujeres eran materia de atención. Importaba, exclusivamente, dar cuenta de las batallas y de las acciones heroicas de los protagonistas de la gesta libertadora. Las mujeres eran dignas de atención, solamente, cuando eran víctimas de los realistas, mártires de la guerra, o cuando por la calidad de sus acciones podían ingresar al inventario de los sucesos en la condición de heroínas. El ejemplo emblemático entre nosotros sería el de Luisa Cáceres de Arismendi o el de Josefa Camejo.
Sin embargo, en el caso particular de Manuela, esta actitud historiográfica se vio intervenida por una restricción «estilística» adicional: ocultar intencionalmente su actuación, básicamente porque no resultaba ejemplarizante ni acorde con la visión impoluta de los héroes que Bolívar, la máxima figura de la Independencia, se hubiese liado con una mujer de comportamiento irregular y censurable.
Condenada a las llamas
En 1883, en ocasión del primer centenario del nacimiento de Bolívar, se imprimieron en Venezuela las Memorias de Daniel Florencio O’Leary, por mandato del Ilustre Americano. La monumental edición de más de treinta tomos se llevaba a cabo sin contratiempos hasta que llegó el momento de publicar el volumen en el que, inevitablemente, aparecían las cartas de Bolívar y su amada. La decisión de Guzmán fue impedir su publicación y ordenar que se quemasen los originales del irlandés. «La ropa sucia se lava en casa y jamás consentiré que una publicación que se hace por cuenta de Venezuela amengüe al Libertador» fueron las palabras de Guzmán y así se hizo. En 1914 aparecieron los pliegos que se salvaron de la candela y, finalmente, salieron a la luz pública.
Sin embargo, en 1949, nuevamente se condenaba a las llamas la memoria de Manuela. En este caso el censor piromaníaco era Augusto Mijares, para ese entonces Ministro de Educación. La obra arrojada al fuego era una traducción de las Memorias de Boussingault. Se oponía Mijares a que, con el sello editorial del ministerio, se dieran a conocer las «necedades y calumnias» que el francés había escrito contra Bolívar y las mujeres de América. Los cuentos de Boussingault no pasaban la censura de Mijares, biógrafo del Libertador. Y así se hizo. El fragmento del francés referido a la Sáenz lo publicó, treinta años después, Jose Agustín Catalá.
De la censura a la conciliación heroica
Ni en el siglo XIX ni en el XX resultaba digerible asociar la figura de Bolívar a la de Manuela. Había sido una relación afectiva condenada en su momento y de complicada y difícil resolución para el registro de la historia. ¿Cómo resolver entonces, de manera aceptable, el ingreso de Manuela, la amante adúltera, en la vida de Bolívar y en los fastos de la independencia? Había una sola salida: otorgarle categoría de heroína.
En este acto de conciliación heroica se idealizó su condición de mujer excepcional por salvarle la vida al Libertador y se convirtió su existencia en apéndice de la de Bolívar. En el mismo acto se despojó de contenidos propios a la vida de Manuela y se la redujo a los ocho años durante los cuales estuvo al lado de Bolívar, el héroe máximo, inmune a la censura, resistente a las críticas, impermeable a la condena y carente de vicios.
La película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador, pese a anunciarse como un ejercicio de desmitificación de Manuela, no hace sino reproducir esta visión en la cual la protagonista ocupa tal lugar por haber sido la amante del Libertador.
La pasión por la política
La película se abstiene de presentarnos a Manuela Sáenz como lo que fue: una activista política mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte.
Cuando viajó a Lima como esposa del Dr. Thorne se involucró con los rebeldes limeños, asistía a reuniones clandestinas, servía de correo y conspiraba contra el gobierno español. Su actividad le mereció la condecoración de Caballeresa del Sol, otorgada por San Martín. Luego, cuando se encontraba en Quito, militaba en la causa independentista, participaba en los entrenamientos militares y auxiliaba logísticamente a las tropas, era espía y correo de los insurgentes. Fue en esa condición que conoció al Libertador.
Al regresar a Perú estuvo, por petición de Bolívar, en el Estado Mayor General, pero continuó su entrenamiento militar y estuvo en la campaña de Junín y en la batalla de Ayacucho. Fue hecha prisionera en Perú y luego viajó a Bogotá en donde participó activamente en el partido bolivariano. No como amante del Libertador sino como alguien que se encontraba comprometida con un proyecto en el cual creía y el cual estaba dispuesta a defender.
Cuando Bolívar se retiró a Santa Marta ella se mantuvo en Bogotá y participó con Urdaneta en las acciones que irrumpieron contra el gobierno de Mosquera. Tres años después de la muerte de Bolívar todavía se encontraba en Bogotá, fue expulsada del país y cuando intentó regresar a Ecuador se le prohibió la entrada a su ciudad natal porque constituía una referencia política que perturbaba los intereses del partido gobernante.
Rocafuerte, el presidente del Ecuador, exponía su determinación en los términos siguientes:
….por el carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz, debe hacérsele salir del territorio ecuatoriano, para evitar que reanime la llama revolucionaria.
Desde su exilio en Paita se mantuvo al tanto de los sucesos ecuatorianos, informaba de los movimientos de los exilados, se carteaba y era consejera del venezolano Juan José Flores.
La vida de Manuela no concluye con la muerte de Bolívar. Al contrario, el interés por los acontecimientos de su tiempo fue lo que la puso en contacto con el Libertador y esta misma motivación la acompañó hasta su muerte.
Insistir una vez más en ofrecernos a Manuela como apéndice del grande hombre de América, como se postula en esta película, no hace sino revelar que en el siglo XXI todavía sigue teniendo fortaleza inconmovible la conciliación heroica.
La oferta de Diego Rísquez, al igual que la de tantos otros, confisca una vez más la biografía de Manuela y la reduce a su condición de amante de Bolívar y no a lo que fue la vida de esta mujer para quien la pasión por la política fue el motivo fundamental de su existencia, antes y después del Libertador.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Los últimos esclavos

El título de este blog lo tomé prestado de un discurso de Flora Tristán (Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso Laisney), escritora peruano-francesa, precursora del pensamiento feminista latinoamericano. Al leerla desde la distancia, he llegado a creer que ella, nacida en 1803 y fallecida en 1844, hubiera sido infinitamente más feliz de haber vivido cien años más tarde de lo que le correspondió.
Yo, por mi parte, caraqueña nacida a comienzos de los setenta, terriblemente desencantada frente a las opciones de poder que se presentan en el mundo occidental, convencida de que quedan muchos esclavos por liberar, militante en la convicción de que "sólo el amor engendra la maravilla" o, usando palabras más sencillas, extemporánea y trasnochada, de vez en cuando creo que de haber nacido cincuenta años antes, también tendría más razones para sonreír.
Si se cumplieran estos desvaríos, Flora y yo hubiéramos coexistido en el mundo y ¿Quién sabe? Quizás hasta hubiéramos estado frente a frente alguna vez. Lo más seguro es que si esto hubiera llegado a ocurrir, ello no me hubiera recordado porque yo no tengo ni su lucidez, ni su capacidad visionaria, ni su pluma, ni su fuerza espiritual. En cambio yo no hubiera podido olvidar jamás aquel encuentro, porque ella es la prueba fehaciente de que hasta quienes padecemos de los anacronismos más terribles, tenemos derecho a un lugar en el mundo.
Aquí está uno de los míos, para compartir mis trasnochos... y uno que otro comentario fuera de lugar.


Trabajadores, en 1791 vuestros padres proclamaron la inmortal Declaración de los Derechos del Hombre y es, gracias a aquella solemne Declaración que sois hoy hombres iguales y libres ante la ley. Todo honor a vuestros padres por esta gran conquista pero, queda a vosotros hombres de 1843, una tarea no menos grande a realizar. Liberen a su vez a los últimos esclavos que quedan en Francia; proclamen los Derechos de la Mujer y usando los mismos términos que emplearon sus padres, digan "nosotros, el Proletariado de Francia, después de 53 años de experiencia reconocemos estar convencidos de que las formas en que los derechos humanos naturales de la mujer no han sido tenidos en cuenta y son la sola causa de las desventuras del mundo y hemos decidido incluír en nuestra Carta los derechos sagrados e inalienables de la mujer. Deseamos que los hombres dieran a sus esposas y madres la libertad e igualdad absoluta que ellos mismos disfrutan"
(Flora Tristán, junio 1843)