YO POLICARPA
Por JACQUES GILARD
Esta novela de Flor Romero es un retorno sobre la figura, la más querida y más popular de la historia colombiana, aquella de «La Pola», la heroína por excelencia, la mujer que se sacrificó por la causa de la Independencia. El polígrafo Tomás Rueda Vargas decía en 1931: «La revolución de la Independencia fue en sus comienzos puramente aristocrática; la intervención de la Pola marca su contacto con el pueblo» Esta Pola, de la cual se dice que se llamaba Policarpa Salavarrieta, pero de la cual algunos afirman que se llamaba en realidad Gregoria, o Gregoria Apolinaria o Polonia, es una mujer joven fusilada en 1817, por los españoles en la etapa negra de la «Reconquista», dirigida por Morillo y ha sido de cierta manera santificada como una Juana de Arco criolla.
A propósito del bicentenario del presunto nacimiento de la Pola, Flor Romero, propone una novela, o una historia novelada, que hacer revivir o reinventa esta figura para reubicarla en la perspectiva de dos siglos de historia colombiana. Aquí, en efecto, el presente no es menos importante que el pasado y es una interrogación actual la que propone el libro. Sus veintiún capítulos se presentan como un enlace temporal que se conecta finalmente sobre los problemas de la Colombia de hoy: del primer capítulo (la muerte de la Pola) y veinteavo, (el momento en que ella deja la prisión por el lugar de la ejecución), asistimos al encuentro con el hombre amado, Alejo Zabaraín (Capítulo II) después al nacimiento de la Pola (Capítulo III) y pasando revista a la vez a esta existencia y a los grandes hechos históricos vividos por el mundo en esta época de convulsiones múltiples: el punto de partida es la sublevación de los Comuneros de la Nueva Granada, pero son cuarenta años y dos continente que constituyen el fondo pasado de la novela. El último capítulo, indirectamente por un episodio onírico, propone una parábola sobre la presencia de la Pola en la Colombia de 1995, a la víspera de su presunto bicentenario.
El trazado que la narración pone en relieve, de una manera que podemos calificar de sistemática, es aquel de la continuidad y uno comprende que la autora haya querido que aquel sea ejemplar: la Pola de ayer y el significado actual de su figura, la Nueva Granada de la Emancipación y la Colombia de los tiempos de guerrillas y de los carteles de la droga. De ahí el rol que juegan los anacronismos deliberadamente utilizados por la novelista que hace figura un Camino Nacional allí donde no podría haber otra cosa que un Camino Real y da a las provincias neo-granadinas de antes los nombres de los actuales departamentos colombianos: se trata de abolir los tiempos para hacer ver mejor que sin cesar de caminar, los problemas de una sociedad apelan a las mismas reacciones éticas. El mejor lazo de unión es la permanencia del clima, con una fauna y una flora incambiables, con los olores y los sabores que permanecen los mismos, criollos y mestizos, siempre íntimos: esta experiencia vital es una realidad que la autora comparte con su personaje, puesto que ellas nacieron sobre el mismo suelo, y ella da -como podríamos esperarlo- las mejores páginas del libro, En esas condiciones, con los elementos existenciales que priman sobre todo los otros, comprendemos que la cronología aparece como incierta a quien aborde el libro, bajo el solo ángulo de los acontecimientos históricos; esta cronología, es en realidad, deliberadamente distorsionada, como lo insinúa no sin cierta ironía este párrafo del capítulo XV.
«Estos pasajes que son como pincelada de la vida de mi patria en estos tiempos convulsionados, son retazos que guardo en el baúl de los recuerdos, pero no los tengo cosidos en colcha ordenada: los manejo a mí antojo, como van saliendo, patas arriba, al sesgo, cuadriculados, alargados, piqueteados, en fin, torcidos y retorcidos... Se mezclan en el tiempo, pero los saco a flote para no olvidarlos. Forman parte de mi vida» (p.114).
Es naturalmente de la vida de la heroína que todo parte en este libro, y a ella que todo vuelve, vida desconocida que Flor Romero recrea a partir de la leyenda (sobre el personaje), del saber histórico (sobre la época) y sobre todo, de la intuición y de la simpatía. La vida de la Pola se reconstruye, y más aún, se recrea, por una combinación de perspectivas temporales y narrativas: novela en primera persona y en presente, en primera persona y en pasado en tercera persona y en pasado, según los capítulos y algunas veces, según los diversos movimientos de un mismo capítulo.
De manera que es una época revive y subrayaríamos particularmente la importancia de la aventura del conocimiento. En efecto, cuando la cronología de los hechos políticos y guerreros es tratada con una desenvoltura evidente, la novela pone el acento sobre el desarrollo de las ciencias en la Nueva Granada de entonces. Es así como asistimos por narrador-testigo interpuesto, el pintor Matiz, a las actividades de la Expedición Botánica del sabio Mutis, a los viajes de Humboldt y Bonpland y a los descubrimientos del neogranadino Caldas, quien pagará con su vida su vinculación a la causa independista. Es esta presencia de las grandes búsquedas científicas que da a los acontecimientos a los cuales ellos están ligados (el ejemplo dramático de Caldas) una profundidad que n habría tenido ellos solos -al menos en la perspectiva deseada por Flor Romero-. Encontramos además un lazo de unión profunda con la historia misma de la Pola: su pueblo natal es Guaduas, enclavado sobre la ruta ascendente que lleva del río Magdalena a la capital del Nuevo Reino, y Pola es entonces estratégicamente situada para captar, a través de los rumores populares y de múltiples voces, los hechos de la época, todos los hechos y comprendidos los hechos científicos. Y el azar habiendo querido que el pinto Matiz fuera de Guaduas, permite a Flor Romero, reinterpretar la figura de la Pola y agregarle una dimensión nueva, aquella del amor del saber, que viene a contradecir la deslustrada humildad habitualmente atribuida al personaje -que según la leyenda oficial, solo se engrandeció en su tragedia final-. Esta reinterpretación, es además conforme a un tema recurrente de toda la obra de Flor Romero: aquel de la educación. Entonces no es de extrañarse que ella transforme la costurera conocida de todos en una jovencita en la cual la curiosidad y la generosidad hacen una maestra de escuela, tan preocupada por aprender como por enseñar, y bien enterada de los descubrimientos de sus tiempos.
Es además por ahí que la novelista retoma la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor Maria, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomando del pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en su memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.
Es además por ahí que la novelista retorna la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor María, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomado el pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.
Flor Romero retoma, es cierto, la leyenda oficial de la Pola, pero ella se libera de sus aspectos más empalagosos. Los vemos a propósito de la aventura de la ciencia: Pola es una mujer curiosa de todo, que sabe entonces ser fuerte por otra cosa fuera de haberlo sido en los últimos momentos de su vida, al imprecar a los españoles -a lo cual le confinaban los manuales escolares-. Se nota de manera particular, que la pudibundería de las evocaciones oficiales es desvirtuada por el relato: Pola no es solamente aquí la casta novia de Zabaraín, más bien su amante, mujer de carne y hueso. Y ella es además muy republicana, de un republicanismo teñido de masonería, puesto que ella afirma su escaso gusto por las procesiones religiosas y rehusa, al final, atender las exhortaciones de los sacerdotes. Podemos hablar a la vez de una fidelidad al cuadro general de la leyenda («Pero he sido
Esta novela
de Flor
es un retorno
sobre la figura
lo más querida
y más popular
de la historia
colombiana,
aquella de «La Pola »,
la heroína
por excelencia,
la mujer
que sacrificó
por la causa
de la independencia
fiel hasta ahora a mi amor y a mi causa patriota. No podría faltar, me odiaría a mi misma» , p.95) y de la creación de una ejemplaridad nueva, combativa, apta para responder a los desafíos de la Colombia contemporánea. Significativamente la últimas palabras de la heroína momentáneamente llegado a la Bogotá de hoy son para remarcar: «En la carrera tercera vi la estatua verdosa de Policarpa Salavarrieta instalada en la Plazuela de las Aguas, con la fecha de nacimiento equivocada, grabada en la placa de bronce» (p,173). Este detalle recuerda que la historiografía está siempre sujeta a caución y que su conocimiento sobretodo establecido, para y por el poder, es también tan incierto como peligroso, La Pola propuesta por esta novela, es una crítica a la estatura, a la historia oficial, y abofa por otra manera de vivir y hacer vivir la memoria colectiva.
Un libro que hace de nuevo las preguntas bien conocidas sobre las relaciones de la ficción y la historia, pero que lo hace con matices propios de Colombia: ella se interroga a sus lectores sobre el difícil entendimiento de los países con su leyenda oficial, justamente a propósito de la más querida de sus figuras heroica, y sugiere que la intuición y la simpatía pueden instituir actitudes diferentes a la vez iconoclasta y respetuosa de una herencia afectiva.