domingo, 2 de marzo de 2008

Más feminista serás tú

Una de las maravillas de este paso por el Perú, que inició el 30 de diciembre y que acabará el 15 de abril, fue conocer le pensamiento de María Jesús Alvarado. El placer me lo extendió la profesora Lady Rojas. Poco después me sorprendí de no haber oído nunca su nombre antes de ese día. Precursora en casi todas las cosas, es un ejemplo para América latina.
Para que nos pique el gusano de la curiosidad, creo que es interesante revisar esta información, tomada de la página del congreso del Perú.


LAS PRIMERAS PARLAMENTARIAS PERUANAS
El 8 de marzo, día señalado por las Naciones Unidas como Día Internacional de la Mujer, fecha simbólica que resume la historia de las reivindicaciones femeninas, evocamos en el Perú y en el mundo entero la larga lucha de las mujeres por la reivindicación de sus derechos y la igualdad de oportunidades para ambos géneros.
Por curiosa coincidencia, desde hace siglos se vincula el 8 de marzo con la historia de la lucha por la mejora de las condiciones de vida de la mujer. San Juan de Dios, uno de sus grandes defensores, nació el 8 de marzo de 1495 en Portugal y falleció también un 8 de marzo en 1550. Este santo varón liberó a muchas mujeres empobrecidas de la época, en particular a prostitutas, a quienes las sacaba de los burdeles, velando por su formación y trabajo.
El 8 de marzo de 1857, cientos de mujeres de una fábrica de textiles de Nueva York organizaron una marcha en contra de los bajos salarios (inferiores en un 60 ó 70 % a lo que percibían los hombres) y las condiciones inhumanas de trabajo. La policía dispersó violentamente a las manifestantes, las que dos años después crearon su primer sindicato. Desde aquel histórico 8 de marzo, la fecha ha sido un símbolo de la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos.
En Nueva York, el 8 de marzo de 1908, unas 15,000 mujeres demandaron mejores condiciones de trabajos, el derecho a voto, la abolición del trabajo forzado de menores, y el acabar con la discriminación. El 28 de febrero de 1909 se proclamó en Estados Unidos el primer “Día Nacional de la Mujer”. Al año siguiente, en 1910, en Copenhague, Dinamarca, la celebración tomó carácter internacional al realizarse una conferencia, a la cual asistieron representantes de 20 países, que acordó conmemorar el 8 de marzo de cada año como “Día Internacional de la Mujer”. Poco a poco tal celebración se fue extendiendo a otros países.
En 1975, Año Internacional de la Mujer, las Naciones Unidas comenzaron a observar el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). El 16 de diciembre de 1977 la Asamblea General invitó a todos los Estados a que proclamaran, de acuerdo con sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día del año como Día de las Naciones Unidas para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional. Se exhortó a los Estados a que continuaran contribuyendo a crear condiciones favorables para la eliminación de la discriminación contra la mujer y para su plena participación en el proceso de desarrollo social (resolución 32/142). Esa decisión se adoptó con motivo del Año Internacional de la Mujer (1975) y del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1976-1985), ambos proclamados por la Asamblea.
En nuestro el Perú una de las primeras en plantear la necesidad de otorgar igualdad de derechos civiles y políticos a la mujer fue María Jesús Alvarado Rivera, quien así lo hizo al dar una conferencia, titulada El Feminismo, en 1911. El camino que ella y otras mujeres iniciaron tuvo otras no menos importantes continuadoras, entre las cuales destacan Zoila Aurora Cáceres ─hija del Mariscal Andrés Cáceres y fundadora de la organización Feminismo Peruano─, Angela Ramos, Magda Portal y Elvira García y García. Sin embargo el movimiento a favor de los derechos de la mujer no fue sólo nacional, por el contrario fue internacional. Desde los años veinte del siglo pasado el movimiento feminista se extiende por América, formándose diversas instituciones como el Comité de Acción Internacional del Partido Nacional de Mujeres de los Estados Unidos, la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba y el Partido Nacional de Mujeres de Puerto Rico. Éstas asociaciones hicieron una gestión –por intermedio de la delegación de Guatemala– ante la Quinta Conferencia Americana – reunida en Chile– para que se incluyese en la agenda de la Sexta Conferencia Americana –que se reuniría en La Habana– su pedido concerniente a los derechos civiles y políticos de la mujer. En la VIII Conferencia Panamericana –realizada en Lima, en el Palacio Legislativo–, la delegación norteamericana presentó el proyecto para otorgar el derecho a sufragio a las mujeres del continente. En la sesión cuarta, realizada el 20 de diciembre de 1938, la VIII Conferencia Americana acordó invitar a
todos los Estados de América para que así lo hicieran.
Por otra parte, en 1931 Víctor Raúl Haya de la Torre, entonces candidato a la Presidencia de la República, al anunciar el Plan de acción inmediata o Programa Mínimo del Partido Aprista Peruano, ofreció el reconocimiento de los derechos políticos a la mujer “y su facultad para desempeñar todos los cargos públicos obtenibles por elección o nombramiento”. En el Congreso Constituyente de 1931 se discutió ampliamente el sufragio femenino, uno de cuyos partidarios más fervorosos fue el Diputado José Matías Manzanilla. Sin embargo, en el debate constitucional de aquellos años apenas se les reconoció a las mujeres el derecho a sufragio en las elecciones municipales, el cual no lo habían llegado a ejercer porque las autoridades locales habían sido designadas por el Poder Ejecutivo, situación que se mantuvo hasta 1963.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, bajo el impulso de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y de las nuevas ideas en torno a la igualdad de derechos y deberes de las personas de ambos sexos, se consolida una corriente mundial de reconocimiento a las mujeres del goce pleno del derecho al sufragio y a participar como candidatas en los procesos electorales. Así, el sufragio femenino ya había sido establecido en numerosos países: en Europa lo gozaban Alemania Occidental, Austria, Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Italia, Finlandia, Noruega, Suecia; en
Asia el Japón y China; en América los Estados Unidos, Brasil, México, Venezuela, Argentina, Uruguay, Bolivia, Colombia, Ecuador y Panamá.
En dicho contexto internacional, el 7 de setiembre de 1955, durante el gobierno del general Manuel A. Odría, el Congreso de la República, mediante la Ley Nº 12391, reformó la Constitución vigente, otorgando la ciudadanía a las mujeres mayores de edad que supiesen leer y escribir. La referida ley obedeció a una iniciativa del Poder Ejecutivo, la misma que fue anunciada por Odría el 27 de octubre de 1954, al conmemorarse el 6° aniversario de la denominada Revolución Restauradora, propuesta que fue remitida a la Cámara de Diputados a través de un oficio del coronel Augusto Romero Lovo, Ministro de Gobierno y Policía3. En realidad, el doctor Francisco Pastor, Diputado por Puno, en la sesión del 13 de agosto de 1953, y el doctor Luis Osores Villacorta, Diputado por Cajamarca, en la sesión del 17 del mismo mes y año, ya habían presentado sendos proyectos de ley en el mismo sentido, los que se encontraban en estudio en la Comisión de Constitución. Como refería el Diputado Manuel Sánchez Palacios: “En la Comisión no discutimos la conveniencia de dar el voto a la mujer, eso ya no se discute; para nosotros el problema era éste: si era oportuno, si era conveniente en estos momentos otorgar el voto”. Ello reflejaba claramente el temor de la dictadura de que las mujeres mayormente apoyasen a candidatos democráticos, como efectivamente sucedería.
Valdría la pena recordar algunos párrafos del dictamen de la referida Comisión, la misma que elaboró una fórmula sustitutoria:
“No puede decirse que aquí ha prevalecido el criterio de la inferioridad intelectual del sexo femenino, porque con orgullo podemos afirmar los peruanos, que las mujeres que nos dieron el ser y nos formaron espiritualmente, para ser lo que somos, pueden colocarse en parangón, sin mengua alguna, con las mujeres de cualquier otro país. La mujer peruana, profundamente religiosa, amante de su hogar y patriota, ha revelado siempre su intelecto, procurando que sus hijos lleguen a ser más de lo que ella ha sido, e inculcándoles sentimientos religiosos, morales y nacionalistas, constituyendo preciosos exponentes de lo que decimos, Santa Rosa de Lima, Patrona de las Américas, Flora Tristán y Clorinda Matto de Turner, María Andrea Parado de Bellido y las heroínas y héroes de las diferentes etapas de nuestra Historia. En el país no es aplicable aquella ironía de un ibero que afirma que la mujer no puede ser sino reina, telefonista o estanquera. Actualmente, nuestras universidades se hallan concurridas por señoritas que aspiran entrar al ejercicio de profesiones liberales; que escriben en periódicos y revisas; publican libros; trabajan en farmacias, clínicas y bibliotecas; en las fábricas y talleres; intervienen en el comercio y desempeñan ocupaciones iguales a las de los hombres, tanto en los establecimientos particulares como en las oficinas del Estado, demostrando en todas esas actividades un claro sentido de responsabilidad y del cumplimiento del deber. Por eso –repetimos- jamás se ha oído hablar en el país de la inferioridad intelectual de la mujer. En forma especial queremos referirnos con este motivo, a las maestras, a esas mujeres abnegadas y dignas que en gran mayoría, sin tener en cuenta la exigua retribución económica que se les asigna, van a las haciendas y aldeas de la costa, a los caseríos de la sierra, o a los puestos solitarios y aislados de la 3 Oficio D.G. N° 60, del 28 de octubre de 1954.
Los firmantes del dictamen fueron los Diputados Manuel Sánchez Palacios, Erasmo Roca, Roberto N. Paredes, J. Teodosio Salcedo, y J. Guillermo Záa y Solórzano. montaña, exponiendo su salud y su vida, para realizar la máxima obra de bien que se puede hacer a un país: la preparación de las futuras madres de familia y de los futuros ciudadanos”. Analizando la importancia de la norma que se aprobaba el doctor Francisco Pastor, Diputado por Puno, dijo en el debate parlamentario:
“Asistimos incuestionablemente a uno de esos momentos de una trascendencia excepcional que tienen que afrontar instituciones como el Parlamento, de una trascendencia similar a los hechos de la naturaleza que transforman o modifican la evolución de la vida o esa trascendencia que implica la germinación de la vida, la trascendencia que existe y que vibra cuando una especie de simiente va a originar con el decurso de los tiempos consecuencias promisorias, grandes y modificantes de un organismo que en este caso es nuestra patria. El Parlamento con su sabiduría y el país pendiente en estos momentos, saben la importancia que implica este debate. Constituye la dación de esta ley un verdadero jalón en los fastos de nuestra historia. Futuramente, cuando se haga una historia política del Perú, se podrá dividir tal vez la historia republicana en algunas etapas. Puede ser una etapa aquella que se inicia con la independencia del Perú, con los brillantes fastos de nuestra emancipación; etapa que podría ser jalonada hasta aquella en que aquel tadista eximio, cuyo año nos cobija, el Mariscal Castilla, dictará la liberación de los esclavos, la redención del indio; desde esa etapa de avance en las ideas democráticas y libertarias, habrá que decir por los historiadores de esa época: el año en que se dictó por el Parlamento del Perú la liberación cívica y política de la mujer”.
De este modo, a través de dicha ley, el Congreso modificó la Constitución Política entonces vigente. Con ello se amplió la participación del electorado -el cual se duplicó y el Congreso alcanzó una mayor y mejor representatividad.
Las primeras representantes femeninas fueron elegidas en 1956: en el Senado Nacional: Irene Silva Linares de Santolalla; en la Cámara de Diputados Manuela C. Billinghurst López, Alicia Blanco Montesinos de Salinas, Lola Blanco Montesinos de La Rosa Sánchez, María Mercedes Colina Lozano de Gotuzzo, Matilde Pérez Palacio Carranza, Carlota Ramos de Santolaya, María Eleonora Silva y Silva, y Juana Ubilluz de Palacios.

viernes, 1 de febrero de 2008

EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA: EL PROTAGONISMO DE LAS MUJERES


Hace un mes exactamente que estoy en Lima...
La alegría de verme entre amigos y familia que no frecuento, me ha hecho recuperar la serenidad que creí perdida para siempre en una calle de Caracas.
Así que siento el deber, casi la obligación de rendirle un pequeño tributo a algunas mujeres peruanas en este espacio ¿Y qué mejor manera de hacerlo que pidiendo prestadas las palabras de otras dos mujeres peruanas?
Espero que sepan disfrutar tanto como yo, las palabras de Victoria Villanueva Chávez Elizabeth
Herrera García dos mujeres que escriben sobre mujeres que escriben



50 AÑOS DEL VOTO DE LAS MUJERES
En el mundo entero, el inicio del siglo XX significó el surgimiento de convulsiones severas en el pensamiento y en la acción de la clase política que se hicieron presentes con audaces propuestas que perfilaron cambios políticos sustanciales, así como grandes conflictos mundiales cuya expresión más importante fue la primera guerra mundial.
En el Perú, estas primeras décadas del siglo XX también sacudieron las endebles estructuras de una nación que no acababa de nacer y que venía del fracaso de la guerra del Pacífico, con el consiguiente desánimo nacional. En ese contexto se fueron anidando las condiciones para la dación de la Ley Nº 12391 -de reconocimiento del derecho al voto para las mujeres-, que llegó
con retraso.
En el Perú, el proceso fue lento pero ciertamente no comenzó en 1955. Como ocurre con las decisiones importantes que se definen en el campo legislativo, éstas están siempre antecedidas por una larga y controvertida historia de luchas sociales y en este suscinto recuento de los acontecimientos que dieron inicio al siglo XX nos interesa echar una mirada más cercana a las mujeres que estuvieron allí presentes, así como resaltar el recorrido de las ideas políticas que, en gran parte, tuvieron su origen en el sur andino, hecho que debe recordarse hoy que se lleva a cabo un proceso de descentralización de nuestro país.
En ese trayecto, muchas mujeres entendieron que el acceso a una ciudadanía formal para participar en el ejercicio del poder político era un camino plagado de obstáculos y definieron otras vías en las cuales se permitieron también una intervención política sobre asuntos de particular
importancia cuya trascendencia persiste.

La literatura y el periodismo constituyeron canales para la expresión pública de las ideas, en circunstancias en que el acceso directo a la toma de decisiones estaba restringido, así como la posibilidad de las mujeres de incorporarse al mundo universitario. En la segunda mitad del siglo XIX, la prensa era el vehículo más importante para el debate intelectual y por ello cobró suma importancia la aparición de las imprentas y de los periódicos o semanarios. En ese contexto, la propiedad de las imprentas o de los medios de comunicación a cargo de mujeres constituía un verdadero reto.
Si a estas limitaciones para el ejercicio de la ciudadanía de las mujeres vinculamos las identificaciones claramente anticlericales, las definiciones públicas a favor de determinada posición política y la defensa de los derechos de la mujer, más la práctica de reuniones de mujeres para darse apoyo y para estudiar los escritos de ellas y de otras mujeres, podemos
entender la convulsión que sus ideas y acciones podían provocar en las élites políticas y culturales.

Examinemos algunos casos.
Clorinda Matto de Turner nació en Cusco en 1852 y murió en el exilio en Buenos Aires en 1909. Su infancia y adolescencia transcurrió la mayor parte del tiempo en Cusco, o en Calca, alejada de la capital, donde aprendió a leer y escribir, así como el quechua.
Clorinda Matto tiene una importante historia en el terreno del periodismo, que se inicia en 1876 en el Cusco con la aparición de El Recreo, semanario de literatura, artes y ciencias. En 1883, en Arequipa, Clorinda es jefa de redacción de La Bolsa, definiendo su opción política a favor de Andrés Avelino Cáceres. En 1889, en Lima, ejerce la dirección de El Perú Ilustrado, publicación que sustenta las ideas positivistas y liberales. En 1892, Clorinda Matto es propietaria y gerenta de La Equitativa, una imprenta “servida sólo por señoras” y allí imprime y dirige el bisemanario Los Andes, a favor de Cáceres. Finalmente, en 1896, ya en el exilio, en Buenos Aires, dirige el
Búcaro Americano, donde define como trascendental la educación de la mujer. En todo este trayecto, Clorinda esgrime su posición claramente anticlerical que se reafirma en 1889 con la aparición de su primera novela

Aves sin nido.
Clorinda no se limitaba sólo a su labor periodística y a su actividad política. Era también una empresaria dedicada al negocio de las lanas, que tuvo mucha importancia en Cusco y Arequipa a finales del siglo XIX. Clorinda y John Turner, comerciante inglés con quien se casó, vivieron en Tinta y actuaron como agentes de casas comerciales de lana.
Según describe Francesca Denegri, Clorinda Matto perteneció a un grupo terrateniente del sur andino, quienes actuaban en complicidad cultural con los indios. Posteriormente, a la muerte de Joseph Turner, ella tuvo que saldar las deudas y empezar a vivir sólo del periodismo hasta que su casa fuera saqueada y su oficina destruida después que las tropas pierolistas tomaron las calles de Lima.
La publicación de Aves sin nido provocó las más encendidas controversias en la intelectualidad de esa época, en parte por su posición anticlerical pero también por su visión a favor del indígena y, como señala Francesca Denegri, porque aborda la historia de las mujeres de un pueblo que resisten el mal.
Marcela y Lucía son personajes fundamentales que encabezan la lucha del pueblo entero presidido por Lucía. Por otro lado, Marcela desata las culpas del cura Pascual al referirle que su hija Margarita es hija de su antecesor, que ha sido promovido al obispado en otra ciudad.
Refiere Denegri que es a través de Lucía y de Marcela que “el proyecto de redención humana es expropiado de los patriarcas de la Iglesia y colocado firmemente en manos de las mujeres. Desplazó el centro del poder revolucionario, colocándolo, no en la oficina del gobernador, en la corte judicial o el confesionario del cura, sino en el hogar y lenguaje de las mujeres”.

María Jesús Alvarado nació en 1878, en Chincha, al sur de Lima. En 1911 expuso los fundamentos del feminismo como corriente de cambio social planteando la necesidad de otorgar derechos civiles y políticos a las mujeres. Su exposición llevó como título El Feminismo.
En 1913 presenta un proyecto de ley, a algunos representantes en el Congreso de esa época, demandando la participación de las mujeres en los cargos públicos.
En 1914 María Jesús funda Evolución Femenina, reconocida como la primera asociación feminista y, al mismo tiempo, organiza una escuela dirigida a niñas de escasos recursos.
Organizó campañas a favor de cambios legales que permitiesen a las mujeres ocupar cargos en las Sociedades de Beneficencia Pública que pudieran otorgar igualdad civil para las mujeres.
En el gobierno de Augusto B. Leguía, María Jesús fue encarcelada y exiliada a Argentina en razón de sus ideas políticas y sociales.
En la conferencia titulada El Feminismo, el 28 de octubre de 1911, dice:
“Las reformas que en síntesis exige el feminismo son:
􀂃 Dar mayor amplitud y facilidades a la educación de la mujer, desarrollando su intelecto y aptitudes de igual manera que el hombre.
􀂃 Darle acceso a los empleos públicos y profesionales liberales para que pueda subsistir por sus propios esfuerzos, mejorando su condición económica y social.
􀂃 Que se le concedan los mismos derechos civiles que al varón, libertando a la mujer casada de la dependencia del esposo, a que la ley la somete, privándola de los derechos que goza de soltera.
􀂃 Que se le otorguen los derechos políticos para poder intervenir directamente en los destinos nacionales, como miembro inteligente y apto que es del Estado”.


Zoila Aurora Cáceres nace en 1872 en Lima y muere en 1958 en Madrid. Es hija de Andrés Avelino Cáceres y de Antonia Moreno. Estudia en París, en laUniversidad de la Sorbona, y se gradúa en 1911. Vive algunos años en Italia, Francia, Alemania y España. Fundó y dirigió la organización Feminismo Peruano en 1924, desde donde conduce la lucha por el sufragio femenino, implementando una campaña en esa línea de acuerdo con su Declaración de Principios, que proclamaba el derecho de la mujer al voto político y a la igualdad jurídica.
Actúa en momentos difíciles, particularmente alrededor de 1930, pues, de acuerdo a Maritza Villavicencio, la coyuntura estaba marcada por la “polarización social –el campo oligárquico terrateniente y el campo obrero sindical– que se plasmó en fuerzas político-partidarias opuestas.
En ese contexto, la confrontación de dichas fuerzas se trasladó a la Asamblea Constituyente (1931-1932) donde uno de los temas en debate fue precisamente el sufragio femenino”.
Esta confrontación estaba marcada por las posiciones favorables al voto femenino de Unión Revolucionaria, encabezado por el comandante Luis M. Sánchez Cerro, que se enfrentaba a las vacilaciones del campo socialista y aprista en relación con el derecho al sufragio de las mujeres.
Zoila Aurora, por otro lado, sustentaba la relación entre la lucha por el sufragio con la lucha popular, específicamente en el medio sindical, y mantuvo esa posición aunque tuvo que sostenerla de manera solitaria.
Una línea de acción importante que también desarrolló el Feminismo Peruano fue el apoyo a la inserción de las mujeres en la resistencia en las jornadas de lucha del Comité Pro-abaratamiento de las subsistencias en 1919 y, posteriormente, en 1930, la asesoría directa al primer Sindicato de Costureras del Estado.
Del mismo modo, Zoila Aurora interviene directamente a favor de la lucha de las trabajadoras de la Compañía Peruana de Teléfonos. En agosto de 1931 presenta, en representación de “las señoritas telefonistas reclamantes”, el Pliego de reclamos de las empleadas de teléfonos ante la Compañía Peruana de Teléfono Ltda., que plantea nivelación de sueldos, jornada de trabajo
diurno de cinco horas, gratificaciones, pago de horas extras y de días feriados, entre otros puntos.
Ciertamente, esta posición provocaba irritación pues se llegó a afirmar en

Nuestro Diario que:
“LA SEÑORA ZOILA AURORA CÁCERES HA SIDO QUIEN HA INFILTRADO EN EL ESPÍRITU DE LAS EMPLEADAS TELEFONISTAS ESTAS IDEAS Y NO SABEMOS CON QUÉ FINALIDAD; ES POR ELLA, POR QUIEN LAS EMPLEADAS HAN DECIDIDO DECLARARSE EN HUELGA”.
Clorinda, María Jesús y Zoila Aurora hicieron su propio recorrido combinando la educación y la cultura, la acción política y la defensa de sus ideas, que significaba una intervención pública y contestataria en la construcción de su ciudadanía.
Clorinda estuvo, sin duda, más orientada al mundo indígena pero su posición anticlerical esbozada en Aves sin Nido se define claramente desde el mundo femenino en el ámbito cotidiano a través de Marcela y Lucía.
Zoila Aurora también fue una abanderada del derecho de las mujeres a la educación y de manera muy clara sustentaba el derecho al voto femenino.
María Jesús percibía la importancia de la organización de las mujeres y su acceso a la educación para estar en condiciones de competir con ventaja en el mundo masculino que monopolizaba el terreno político.
Las tres ejercieron el periodismo que constituyó un vehículo fundamental para hacer conocer sus ideas políticas, especialmente en aquellos momentos en que su presencia física, y por tanto, su voz no podía ser escuchada en los ámbitos congresales. En diferentes momentos, ellas tuvieron una intervención política que les significó el encarcelamiento y el exilio. Dejaron su huella abriendo caminos inéditos.

martes, 25 de diciembre de 2007

Hay poco que añadir a la reseña, sólo que la confluencia Gilard- Romero- Salavarrieta sólo puede obedecer a un acto maravilloso de justicia.


YO POLICARPA
Por JACQUES GILARD

Esta novela de Flor Romero es un retorno sobre la figura, la más querida y más popular de la historia colombiana, aquella de «La Pola», la heroína por excelencia, la mujer que se sacrificó por la causa de la Independencia. El polígrafo Tomás Rueda Vargas decía en 1931: «La revolución de la Independencia fue en sus comienzos puramente aristocrática; la intervención de la Pola marca su contacto con el pueblo» Esta Pola, de la cual se dice que se llamaba Policarpa Salavarrieta, pero de la cual algunos afirman que se llamaba en realidad Gregoria, o Gregoria Apolinaria o Polonia, es una mujer joven fusilada en 1817, por los españoles en la etapa negra de la «Reconquista», dirigida por Morillo y ha sido de cierta manera santificada como una Juana de Arco criolla.

A propósito del bicentenario del presunto nacimiento de la Pola, Flor Romero, propone una novela, o una historia novelada, que hacer revivir o reinventa esta figura para reubicarla en la perspectiva de dos siglos de historia colombiana. Aquí, en efecto, el presente no es menos importante que el pasado y es una interrogación actual la que propone el libro. Sus veintiún capítulos se presentan como un enlace temporal que se conecta finalmente sobre los problemas de la Colombia de hoy: del primer capítulo (la muerte de la Pola) y veinteavo, (el momento en que ella deja la prisión por el lugar de la ejecución), asistimos al encuentro con el hombre amado, Alejo Zabaraín (Capítulo II) después al nacimiento de la Pola (Capítulo III) y pasando revista a la vez a esta existencia y a los grandes hechos históricos vividos por el mundo en esta época de convulsiones múltiples: el punto de partida es la sublevación de los Comuneros de la Nueva Granada, pero son cuarenta años y dos continente que constituyen el fondo pasado de la novela. El último capítulo, indirectamente por un episodio onírico, propone una parábola sobre la presencia de la Pola en la Colombia de 1995, a la víspera de su presunto bicentenario.

El trazado que la narración pone en relieve, de una manera que podemos calificar de sistemática, es aquel de la continuidad y uno comprende que la autora haya querido que aquel sea ejemplar: la Pola de ayer y el significado actual de su figura, la Nueva Granada de la Emancipación y la Colombia de los tiempos de guerrillas y de los carteles de la droga. De ahí el rol que juegan los anacronismos deliberadamente utilizados por la novelista que hace figura un Camino Nacional allí donde no podría haber otra cosa que un Camino Real y da a las provincias neo-granadinas de antes los nombres de los actuales departamentos colombianos: se trata de abolir los tiempos para hacer ver mejor que sin cesar de caminar, los problemas de una sociedad apelan a las mismas reacciones éticas. El mejor lazo de unión es la permanencia del clima, con una fauna y una flora incambiables, con los olores y los sabores que permanecen los mismos, criollos y mestizos, siempre íntimos: esta experiencia vital es una realidad que la autora comparte con su personaje, puesto que ellas nacieron sobre el mismo suelo, y ella da -como podríamos esperarlo- las mejores páginas del libro, En esas condiciones, con los elementos existenciales que priman sobre todo los otros, comprendemos que la cronología aparece como incierta a quien aborde el libro, bajo el solo ángulo de los acontecimientos históricos; esta cronología, es en realidad, deliberadamente distorsionada, como lo insinúa no sin cierta ironía este párrafo del capítulo XV.

«Estos pasajes que son como pincelada de la vida de mi patria en estos tiempos convulsionados, son retazos que guardo en el baúl de los recuerdos, pero no los tengo cosidos en colcha ordenada: los manejo a mí antojo, como van saliendo, patas arriba, al sesgo, cuadriculados, alargados, piqueteados, en fin, torcidos y retorcidos... Se mezclan en el tiempo, pero los saco a flote para no olvidarlos. Forman parte de mi vida» (p.114).

Es naturalmente de la vida de la heroína que todo parte en este libro, y a ella que todo vuelve, vida desconocida que Flor Romero recrea a partir de la leyenda (sobre el personaje), del saber histórico (sobre la época) y sobre todo, de la intuición y de la simpatía. La vida de la Pola se reconstruye, y más aún, se recrea, por una combinación de perspectivas temporales y narrativas: novela en primera persona y en presente, en primera persona y en pasado en tercera persona y en pasado, según los capítulos y algunas veces, según los diversos movimientos de un mismo capítulo.

De manera que es una época revive y subrayaríamos particularmente la importancia de la aventura del conocimiento. En efecto, cuando la cronología de los hechos políticos y guerreros es tratada con una desenvoltura evidente, la novela pone el acento sobre el desarrollo de las ciencias en la Nueva Granada de entonces. Es así como asistimos por narrador-testigo interpuesto, el pintor Matiz, a las actividades de la Expedición Botánica del sabio Mutis, a los viajes de Humboldt y Bonpland y a los descubrimientos del neogranadino Caldas, quien pagará con su vida su vinculación a la causa independista. Es esta presencia de las grandes búsquedas científicas que da a los acontecimientos a los cuales ellos están ligados (el ejemplo dramático de Caldas) una profundidad que n habría tenido ellos solos -al menos en la perspectiva deseada por Flor Romero-. Encontramos además un lazo de unión profunda con la historia misma de la Pola: su pueblo natal es Guaduas, enclavado sobre la ruta ascendente que lleva del río Magdalena a la capital del Nuevo Reino, y Pola es entonces estratégicamente situada para captar, a través de los rumores populares y de múltiples voces, los hechos de la época, todos los hechos y comprendidos los hechos científicos. Y el azar habiendo querido que el pinto Matiz fuera de Guaduas, permite a Flor Romero, reinterpretar la figura de la Pola y agregarle una dimensión nueva, aquella del amor del saber, que viene a contradecir la deslustrada humildad habitualmente atribuida al personaje -que según la leyenda oficial, solo se engrandeció en su tragedia final-. Esta reinterpretación, es además conforme a un tema recurrente de toda la obra de Flor Romero: aquel de la educación. Entonces no es de extrañarse que ella transforme la costurera conocida de todos en una jovencita en la cual la curiosidad y la generosidad hacen una maestra de escuela, tan preocupada por aprender como por enseñar, y bien enterada de los descubrimientos de sus tiempos.

Es además por ahí que la novelista retoma la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor Maria, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomando del pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en su memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.

Es además por ahí que la novelista retorna la ficción que ella está elaborando y se inscribe en su seno, por el lado del personaje de Flor María, alumna de la Pola quien se pone a escribir historietas en las cuales revive el pasado indígena: es un recuerdo del gusto de la autora por el relato mitológico tomado el pasado precolombino y es también una manera de subrayar otro de los temas del libro, aquel de la continuidad y de la herencia -a la manera como la Pola subraya la presencia en memoria y su acción, de los Indios que ocuparon en otros tiempos el territorio de Guaduas-.

Flor Romero retoma, es cierto, la leyenda oficial de la Pola, pero ella se libera de sus aspectos más empalagosos. Los vemos a propósito de la aventura de la ciencia: Pola es una mujer curiosa de todo, que sabe entonces ser fuerte por otra cosa fuera de haberlo sido en los últimos momentos de su vida, al imprecar a los españoles -a lo cual le confinaban los manuales escolares-. Se nota de manera particular, que la pudibundería de las evocaciones oficiales es desvirtuada por el relato: Pola no es solamente aquí la casta novia de Zabaraín, más bien su amante, mujer de carne y hueso. Y ella es además muy republicana, de un republicanismo teñido de masonería, puesto que ella afirma su escaso gusto por las procesiones religiosas y rehusa, al final, atender las exhortaciones de los sacerdotes. Podemos hablar a la vez de una fidelidad al cuadro general de la leyenda («Pero he sido

Esta novela
de Flor
es un retorno
sobre la figura
lo más querida
y más popular
de la historia
colombiana,
aquella de «La Pola »,
la heroína
por excelencia,
la mujer
que sacrificó
por la causa
de la independencia

fiel hasta ahora a mi amor y a mi causa patriota. No podría faltar, me odiaría a mi misma» , p.95) y de la creación de una ejemplaridad nueva, combativa, apta para responder a los desafíos de la Colombia contemporánea. Significativamente la últimas palabras de la heroína momentáneamente llegado a la Bogotá de hoy son para remarcar: «En la carrera tercera vi la estatua verdosa de Policarpa Salavarrieta instalada en la Plazuela de las Aguas, con la fecha de nacimiento equivocada, grabada en la placa de bronce» (p,173). Este detalle recuerda que la historiografía está siempre sujeta a caución y que su conocimiento sobretodo establecido, para y por el poder, es también tan incierto como peligroso, La Pola propuesta por esta novela, es una crítica a la estatura, a la historia oficial, y abofa por otra manera de vivir y hacer vivir la memoria colectiva.

Un libro que hace de nuevo las preguntas bien conocidas sobre las relaciones de la ficción y la historia, pero que lo hace con matices propios de Colombia: ella se interroga a sus lectores sobre el difícil entendimiento de los países con su leyenda oficial, justamente a propósito de la más querida de sus figuras heroica, y sugiere que la intuición y la simpatía pueden instituir actitudes diferentes a la vez iconoclasta y respetuosa de una herencia afectiva.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Manuela Sáenz: una biografía confiscada

Sé que se trata tanto de una película como de un juicio de valor de hace varios años; sin embargo, me parece un buen punto de partida para buscar los textos en torno a la representación de Manuela Saenz que tanto me interesan en este momento.
Gracias a Inés


Sábado 25 de noviembre de 2000
En torno a la película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador
Manuela Sáenz: una biografía confiscada
Inés Quintero
Instituto de Estudios Hispanoamericanos, Universidad Central de Venezuela
Julia Márquez, Diego Rísquez al rescate de nuestra historia real y nuestra historia mística

La película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador, pese a anunciarse como un ejercicio de desmitificación de Manuela, se conforma con ofrecernos a Manuela como apéndice del grande hombre de América y no como lo que fue: una mujer para quien la pasión por la política constituyó el motivo fundamental de su existencia, antes y después del Libertador.
Las biografías de Manuela Sáenz tienen en común un aspecto absolutamente singular: no obedecen a la cronología particular del personaje sino que transcurren entre dos fechas, ambas determinadas por su relación con el Libertador.
Desde esa perspectiva, los momentos fundamentales de la vida de Manuela son el día que conoce a Bolívar en 1822, episodio que marca el comienzo de la historia, y diciembre de 1830, cuando fallece Bolívar y concluye también el periplo «historiable» de Manuela, veintiséis años antes de su muerte.
Los títulos de las biografías subrayan lo dicho: La libertadora del Libertador (Rumazo); La mujer providencia de Bolívar (Humberto Mata); La caballeresa del sol, el gran amor de Bolívar (Demetrio Aguilera); Manuela Sáenz, el último amor de Bolívar (Mercedes Ballesteros) y La amante inmortal (Von Hagen).
De donde resulta que Manuela Sáenz, quien nació en 1797 y murió en 1856, tiene relevancia histórica por un episodio que duró solamente ocho años de su existencia: los de su relación con el Libertador.
Exclusiones y ocultamientos
El fenómeno tiene su explicación.
En un comienzo Manuela, como muchas otras mujeres, no ingresó al elenco de la historia. Los testimonios sobre la época de la emancipación, al igual que muchas de las obras generales que se refieren a la Independencia, no hacían mención de la presencia de Manuela. Ni la vida íntima de los personajes ni la actuación pública de las mujeres eran materia de atención. Importaba, exclusivamente, dar cuenta de las batallas y de las acciones heroicas de los protagonistas de la gesta libertadora. Las mujeres eran dignas de atención, solamente, cuando eran víctimas de los realistas, mártires de la guerra, o cuando por la calidad de sus acciones podían ingresar al inventario de los sucesos en la condición de heroínas. El ejemplo emblemático entre nosotros sería el de Luisa Cáceres de Arismendi o el de Josefa Camejo.
Sin embargo, en el caso particular de Manuela, esta actitud historiográfica se vio intervenida por una restricción «estilística» adicional: ocultar intencionalmente su actuación, básicamente porque no resultaba ejemplarizante ni acorde con la visión impoluta de los héroes que Bolívar, la máxima figura de la Independencia, se hubiese liado con una mujer de comportamiento irregular y censurable.
Condenada a las llamas
En 1883, en ocasión del primer centenario del nacimiento de Bolívar, se imprimieron en Venezuela las Memorias de Daniel Florencio O’Leary, por mandato del Ilustre Americano. La monumental edición de más de treinta tomos se llevaba a cabo sin contratiempos hasta que llegó el momento de publicar el volumen en el que, inevitablemente, aparecían las cartas de Bolívar y su amada. La decisión de Guzmán fue impedir su publicación y ordenar que se quemasen los originales del irlandés. «La ropa sucia se lava en casa y jamás consentiré que una publicación que se hace por cuenta de Venezuela amengüe al Libertador» fueron las palabras de Guzmán y así se hizo. En 1914 aparecieron los pliegos que se salvaron de la candela y, finalmente, salieron a la luz pública.
Sin embargo, en 1949, nuevamente se condenaba a las llamas la memoria de Manuela. En este caso el censor piromaníaco era Augusto Mijares, para ese entonces Ministro de Educación. La obra arrojada al fuego era una traducción de las Memorias de Boussingault. Se oponía Mijares a que, con el sello editorial del ministerio, se dieran a conocer las «necedades y calumnias» que el francés había escrito contra Bolívar y las mujeres de América. Los cuentos de Boussingault no pasaban la censura de Mijares, biógrafo del Libertador. Y así se hizo. El fragmento del francés referido a la Sáenz lo publicó, treinta años después, Jose Agustín Catalá.
De la censura a la conciliación heroica
Ni en el siglo XIX ni en el XX resultaba digerible asociar la figura de Bolívar a la de Manuela. Había sido una relación afectiva condenada en su momento y de complicada y difícil resolución para el registro de la historia. ¿Cómo resolver entonces, de manera aceptable, el ingreso de Manuela, la amante adúltera, en la vida de Bolívar y en los fastos de la independencia? Había una sola salida: otorgarle categoría de heroína.
En este acto de conciliación heroica se idealizó su condición de mujer excepcional por salvarle la vida al Libertador y se convirtió su existencia en apéndice de la de Bolívar. En el mismo acto se despojó de contenidos propios a la vida de Manuela y se la redujo a los ocho años durante los cuales estuvo al lado de Bolívar, el héroe máximo, inmune a la censura, resistente a las críticas, impermeable a la condena y carente de vicios.
La película Manuela Sáenz. La libertadora del Libertador, pese a anunciarse como un ejercicio de desmitificación de Manuela, no hace sino reproducir esta visión en la cual la protagonista ocupa tal lugar por haber sido la amante del Libertador.
La pasión por la política
La película se abstiene de presentarnos a Manuela Sáenz como lo que fue: una activista política mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte.
Cuando viajó a Lima como esposa del Dr. Thorne se involucró con los rebeldes limeños, asistía a reuniones clandestinas, servía de correo y conspiraba contra el gobierno español. Su actividad le mereció la condecoración de Caballeresa del Sol, otorgada por San Martín. Luego, cuando se encontraba en Quito, militaba en la causa independentista, participaba en los entrenamientos militares y auxiliaba logísticamente a las tropas, era espía y correo de los insurgentes. Fue en esa condición que conoció al Libertador.
Al regresar a Perú estuvo, por petición de Bolívar, en el Estado Mayor General, pero continuó su entrenamiento militar y estuvo en la campaña de Junín y en la batalla de Ayacucho. Fue hecha prisionera en Perú y luego viajó a Bogotá en donde participó activamente en el partido bolivariano. No como amante del Libertador sino como alguien que se encontraba comprometida con un proyecto en el cual creía y el cual estaba dispuesta a defender.
Cuando Bolívar se retiró a Santa Marta ella se mantuvo en Bogotá y participó con Urdaneta en las acciones que irrumpieron contra el gobierno de Mosquera. Tres años después de la muerte de Bolívar todavía se encontraba en Bogotá, fue expulsada del país y cuando intentó regresar a Ecuador se le prohibió la entrada a su ciudad natal porque constituía una referencia política que perturbaba los intereses del partido gobernante.
Rocafuerte, el presidente del Ecuador, exponía su determinación en los términos siguientes:
….por el carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz, debe hacérsele salir del territorio ecuatoriano, para evitar que reanime la llama revolucionaria.
Desde su exilio en Paita se mantuvo al tanto de los sucesos ecuatorianos, informaba de los movimientos de los exilados, se carteaba y era consejera del venezolano Juan José Flores.
La vida de Manuela no concluye con la muerte de Bolívar. Al contrario, el interés por los acontecimientos de su tiempo fue lo que la puso en contacto con el Libertador y esta misma motivación la acompañó hasta su muerte.
Insistir una vez más en ofrecernos a Manuela como apéndice del grande hombre de América, como se postula en esta película, no hace sino revelar que en el siglo XXI todavía sigue teniendo fortaleza inconmovible la conciliación heroica.
La oferta de Diego Rísquez, al igual que la de tantos otros, confisca una vez más la biografía de Manuela y la reduce a su condición de amante de Bolívar y no a lo que fue la vida de esta mujer para quien la pasión por la política fue el motivo fundamental de su existencia, antes y después del Libertador.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Los últimos esclavos

El título de este blog lo tomé prestado de un discurso de Flora Tristán (Flore Celestine Therèse Henriette Tristán Moscoso Laisney), escritora peruano-francesa, precursora del pensamiento feminista latinoamericano. Al leerla desde la distancia, he llegado a creer que ella, nacida en 1803 y fallecida en 1844, hubiera sido infinitamente más feliz de haber vivido cien años más tarde de lo que le correspondió.
Yo, por mi parte, caraqueña nacida a comienzos de los setenta, terriblemente desencantada frente a las opciones de poder que se presentan en el mundo occidental, convencida de que quedan muchos esclavos por liberar, militante en la convicción de que "sólo el amor engendra la maravilla" o, usando palabras más sencillas, extemporánea y trasnochada, de vez en cuando creo que de haber nacido cincuenta años antes, también tendría más razones para sonreír.
Si se cumplieran estos desvaríos, Flora y yo hubiéramos coexistido en el mundo y ¿Quién sabe? Quizás hasta hubiéramos estado frente a frente alguna vez. Lo más seguro es que si esto hubiera llegado a ocurrir, ello no me hubiera recordado porque yo no tengo ni su lucidez, ni su capacidad visionaria, ni su pluma, ni su fuerza espiritual. En cambio yo no hubiera podido olvidar jamás aquel encuentro, porque ella es la prueba fehaciente de que hasta quienes padecemos de los anacronismos más terribles, tenemos derecho a un lugar en el mundo.
Aquí está uno de los míos, para compartir mis trasnochos... y uno que otro comentario fuera de lugar.


Trabajadores, en 1791 vuestros padres proclamaron la inmortal Declaración de los Derechos del Hombre y es, gracias a aquella solemne Declaración que sois hoy hombres iguales y libres ante la ley. Todo honor a vuestros padres por esta gran conquista pero, queda a vosotros hombres de 1843, una tarea no menos grande a realizar. Liberen a su vez a los últimos esclavos que quedan en Francia; proclamen los Derechos de la Mujer y usando los mismos términos que emplearon sus padres, digan "nosotros, el Proletariado de Francia, después de 53 años de experiencia reconocemos estar convencidos de que las formas en que los derechos humanos naturales de la mujer no han sido tenidos en cuenta y son la sola causa de las desventuras del mundo y hemos decidido incluír en nuestra Carta los derechos sagrados e inalienables de la mujer. Deseamos que los hombres dieran a sus esposas y madres la libertad e igualdad absoluta que ellos mismos disfrutan"
(Flora Tristán, junio 1843)